La resaca de Sandy saca los colores a Nueva York

Este artículo apareció originalmente publicado en ABC el 03/03/2013

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Muchas viviendas siguen en ruinas y unas 600 familias se encuentran desplazadas y alojadas en hoteles

El pasado octubre, la costa atlántica de Norteamérica se enfrentó a uno de los peores ciclones de su historia reciente. Sandy. Bajo ese inocente nombre se escondía una tormenta poco frecuente. Su descomunal potencia –llegó a arrastrar vientos de 185 kilómetros por hora– fue el resultado de la fusión de un huracán con una tormenta tropical.

Sandy asoló gran parte de la costa este de Norteamérica, desde Jamaica hasta el noreste de Estados Unidos, pasando por Haití, Cuba y Bahamas. Tras haber causado 60 muertes en el Caribe, viajó hacia Estados Unidos. En la noche del 29 de octubre la tormenta tocó tierra en Atlantic City (Nueva Jersey). Desde allí continuó su devastador trayecto, arrasando decenas de comunidades en Nueva Jersey, Nueva York y Connecticut; y cobrándose la vida de más de 130 personas. En cifras, para Estados Unidos Sandy ha sido la tormenta más dañina y mortífera desde el huracán Katrina. Su azote dejó sin luz a 8,5 millones de hogares, deterioró o destruyó por completo cerca de 400.000 hogares, y causó daños por más de 82.000 millones de dólares.

Y lo que es más increíble. Cuando se han cumplido cuatro meses de la catástrofe, muchas de las comunidades afectadas por la tormenta siguen lidiando con sus consecuencias.

«Vamos paso a paso», explica Tiffany, una residente de South Beach (Staten Island), cuya familia lo perdió todo en la tormenta. Su casa, ubicada a solo dos bloques de la playa, quedó inundada por más de dos metros de agua. Aunque el Ayuntamiento de Nueva York había declarado su barrio como zona de alto riesgo, Tifanny, sus padres y su hermano prefirieron no evacuar y esperar en casa a que pasase el temporal. La levedad con la que el huracán Irene había pasado hacía un año, a pesar del alarmismo generado por el alcalde Michael Bloomberg, hizo pensar a muchos que Sandy iba a ser otra falsa alarma. Nada más lejos de la realidad. «Cuando decidimos irnos, el agua nos llegaba a la cintura. Cuando salimos a la calle, ya nos llegaba a cuello», recuerda.

Compra de casas

Para familias como la de Tiffany, cuyas casas son irreparables, el Estado de Nueva York ha creado un plan para comprar esas propiedades por el cien por ciento de su valor original. «Si creen que su parcela ha sido dañada numerosas veces y quieren mudarse, el Estado debería facilitárselo», explicó el gobernador Andrew Cuomo. Además, si los propietarios deciden reinvertir en Staten Island, les darán un 5 por ciento extra.

Junto a los pagos de las compañías aseguradoras, gran parte de la asistencia a los damnificados está llegando desde la Agencia Federal para la Gestión de Emergencias (FEMA). A mediados de enero, la Cámara de Representantes aprobó una ley de ayuda que incluía un fondo de 50.700 millones de dólares. Ese dinero está siendo asignado poco a poco a las cerca de 500.000 familias que se han registrado en el programa. Sin embargo, una sustanciosa parte de esos fondos está siendo invertida en mantener a cerca de 600 familias desplazadas y alojadas en habitaciones de hotel, algo que cuesta solo a la ciudad de Nueva York cerca de 150.000 dólares al día.

«Todo el mundo piensa que Sandy ha sido una rareza y que no va a volver a suceder, pero yo creo esta es la forma que la naturaleza tiene de advertirnos de que no podemos jugar con ella», opina Moddy. Como la casa de esta vecina de Freeport (Long Island) no sufrió daños, su familia no dudó en ofrecer cobijo a cualquier conocido que lo necesitase. Desde el paso de Sandy, cerca de 20 de personas han residido con ellos. Algunos llegaron a quedarse a celebrar con ellos las Navidades.

Comidos por el mar

En la costa sur de Nueva Jersey el panorama es desolador. En Atlantic City, donde Sandy provocó entre otros desastres que el mar se comiese una montaña rusa y destrozara el paseo marítimo, las tareas de reconstrucción se han sumado a la dificultad que la ciudad arrastraba ya para atraer turistas.

Otro de los problemas ha sido el recorte en servicios, como el transporte. El pasado viernes, y por primera vez desde el huracán, la red del PATH, cuyos trenes conectan Nueva York y Nueva Jersey, volvió a funcionar en su totalidad. Sus túneles quedaron anegados y el proceso de extraer el agua y reparar los daños –valorados en más de 800 millones de dólares– no se completó hasta esta semana. En Manhattan, parte de la estación de metro de South Ferry continúa inundada y no estará lista hasta finales de 2013.

En el sur de la isla la huella del Sandy se puede ver en todos los rincones. Decenas de rascacielos continúan sin electricidad, obligados a mantenerse conectados a enormes generadores. El helipuerto operado por Saker Aviation, ubicado en el embarcadero 6, se ha visto forzado a instalar una tienda que hace las veces de terminal mientras que su edificio acaba de ser reparado.

Como un desierto

Un poco más al norte, el área de South Seaport parece un desierto. Lejos han quedado los días en los que la zona bullía con turistas que acudían a sus calles de compras o a disfrutar de sus muchos entretenimientos. Sandy no tuvo piedad con sus tiendas, museos y restaurantes.

A día de hoy, solo el Museo de South Street Seaport ha podido reabrir sus puertas. «Estamos muy agradecidos a los cientos de voluntarios que, tras la tormenta, se acercaron para preguntar cómo podían ayudar y nos echaron una mano», señala el director general del museo, Jerry Gallagher. Aunque el museo aún necesita de generadores para tener electricidad, sus ascensores no funcionan y la calefacción del edificio depende de una máquina externa. Su personal se consuela con la idea de que sus galerías no sufrieran desperfectos y que puedan estar abiertos al público durante las obras.

La ayuda ciudadana continúa siendo esencial en zonas como Far Rockaway (Queens). Centenares de casas en este barrio costero, además de sus playas y su paseo marítimo, fueron reducidos a escombros. La zona goza de gran popularidad entre los jóvenes neoyorquinos quienes, tras la tormenta, se acercaron en masa a asistir a las familias y a las autoridades locales con la limpieza. Aún hoy se organizan decenas de eventos para recaudar fondos y los voluntarios siguen acercándose durante los fines de semana.

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