Este artículo apareció publicado originalmente en ABC el 24/02/2012
En 1855 la madre Francis Bachman fundó las Hermanas de San Francisco de Filadelfia. Cuando falleció ocho años después su legado se podía resumir en dos máximas: «Quien no arriesga no gana» y «Mientras Dios no deje de darnos, nosotras no dejaremos de dar a los pobres».
Hoy, la orden continúa siendo fiel a los principios de su fundadora. Aunque, como asegura la hermana Nora Nash, «de una manera un tanto diferente». La congregación sigue arriesgando, en concreto su fondo de pensiones, para poder promover entre las empresas más poderosas del mundo —Goldman Sachs, BP, Nike, WallMart y un largo etcétera— una actitud corporativa más responsable y respetuosa con los derechos humanos y el medio ambiente. Y lo hacen comprando acciones de esas empresas y presionando desde dentro.
Nash, una mujer de hablar pausado y convincente, es la directora de responsabilidad social corporativa de la congregación. El departamento nació en los 80 cuando las hermanas comenzaron a desconfiar del buen hacer de algunas de las empresas en las que tenían invertido el dinero para su jubilación. Entonces, pasaron de ser inversoras relativamente pasivas a convertirse en las accionistas más incómodas con las que algunas empresas han tenido que lidiar. «Cuando recibimos una rentabilidad sobre nuestra inversión, queremos ver un beneficio social y no solo financiero», explica Nash.
El trabajo de Nash y su equipo consiste en escoger las empresas que a su juicio están actuando de manera irresponsable o inmoral. Para poder influir en ellas, su equipo adquiere una cantidad superior a 2.000 dólares, el mínimo que la ley americana exige a un accionista para poder presentar resoluciones corporativas al consejo de la empresa. Una vez dentro, primero intentarán que la empresa reconsidere su actitud por la vía diplomática, con cartas y reuniones. Pero si no lo consiguen, este grupo de monjas sabe atacar donde más le duele a una compañía. «No les gustan nada las resoluciones», comenta Nash. Esos documentos son una especie de hoja de ruta que incluye aquello que ellas, como accionistas, esperan que la empresa logre. Cada resolución es votada por el consejo de accionistas de la empresa y, si recibe un apoyo considerable, entonces la Comisión de Valores de EE.UU. la revisará y la empresa se verá obligada a incluirla en su informe anual. Uno de sus éxitos más recientes ocurrió el año pasado, cuando consiguieron que la petrolera Chevron incluyese información sobre el impacto medioambiental de la fractura hidráulica, la polémica técnica de extracción de gas y petróleo del subsuelo, muy extendida en Estados Unidos.
«Nuestro propósito no es derribar estas empresas, sino fortalecerlas, mejorarlas, haciéndolas más responsables», aclara Nash. Y es que gracias al dinero que les reportan sus inversiones existe el Fondo por la Justicia Social, un fondo con el que las Hermanas comparten sus recursos con diferentes obras de caridad y proyectos. Nash, quien fue durante quince años directora de un colegio en Nueva Jersey, opina que se puede ser ambicioso y enriquecerse siempre que sea legítimamente y se respeten los derechos de todas las personas. «La gente con la que trabajo ahora son como niños codiciosos», apostilla refiriéndose a algunos de los directivos con los que lidia.
Por suerte, Nash no está sola en sus esfuerzos. Su orden se ha unido al Interfaith Center on Corporate Responsibility, una agrupación de decenas de órdenes y grupos religiosos que, como las Hermanas de San Francisco, han optado por el activismo como accionistas. Y su doctrina se está extendiendo, con grupos similares en Reino Unido, Suiza y Noruega. Nash y el resto de hermanas de la congregación son muy coherentes. Lo mismo que le exigen a las empresas se lo aplican a su organización.