Esta entrevista apareció originalmente publicada en ABC el 27/11/2012
La novelista, ensayista y poetisa americana recibe a ABC en su casa de Brooklyn para hablar sobre literatura, arte, neurociencia y todos los campos a los que se dedica con devoción
— Además de literatura, usted investiga y escribe sobre neurociencia, psiquiatría y psicoanálisis. ¿Cómo le ayuda a crear y dar profundidad a sus personajes estos conocimientos?
— Estoy genuinamente interesada en una pregunta: ¿Cómo se convierte cada persona en lo que es? Creo que esa pregunta me ha llevado a investigar múltiples áreas de conocimiento. Mi curiosidad es siempre perseguir todo lo que afecte a los seres humanos.
No estoy tan interesada en las rocas,por ejemplo. La neurociencia, psicología, psiquiatría, neurología, antropología, lingüística son diferentes piezas del puzzle. Creo que según el modelo o el área que escojas, vas a obtener diferentes respuestas. Pero si aplicas múltiples modelos vas a conseguir una perspectiva mucho más rica. Mi sensación es que nunca consigo llegar al fondo del asunto y que nunca lo conseguiré. Aún así, me empuja a seguir.
— Otro de sus campos de estudio es el arte y su divulgación.
— Normalmente caigo seducida por una materia y ya no puedo escapar. Un ejemplo es Goya. He escrito tres veces sobre él y es infinito. Tengo la sensación de que podría seguir escribiendo sobre él hasta mi muerte. Creo que hay algo sobre la imagen que es diferente al texto y para mí es una fascinación constante la que siento por las artes visuales. Por eso creo que nunca dejaré de escribir sobre ello.
— En su próxima novela la protagonista principal es una artista visual, algo recurrente en sus obras. ¿Encuentra a los artistas como personajes particularmente atractivos?
— Sí. También me parece muy interesante el crear obras, darles nombres y características y plasmarlas en un texto. Sobre todo, porque sus creaciones revelan la personalidad del artista en formas que un personaje hablando no consigue lograr. Creo que
son personajes muy divertidos y quizá me esté ayudando a canalizar al artista frustrado que debo llevar dentro.
— En su último libro, «Un verano sin hombres», regresa a una narradora femenina.
— ¡Ya era hora! Había pasado los últimos diez años escribiendo desde la perspectiva de un hombre. No sé de dónde me salió un personaje así, tan cáustico e irónico. Disfruté mucho escribiendo a Mia, pero para mí es como un alien. Todos mis personajes
tienen algo de mí. Pienso en ellos como en los habitantes de mi geografía mental.
— Recientemente ha publicado un artículo sobre la improbabilidad de que exista una Stephanie Jobs, una mujer con el mismo poder y una imagen tan icónica como la del fundador de Apple, Steve Jobs.
— No creo que sea una causa perdida. En el texto dejo claro que actualmente no es posible, pero hay lugar a la esperanza. En un reciente estudio encontraron que la sociedad espera que las mujeres sean más agradables que los hombres; y que a las mujeres fuertes y poderosas les va mejor si atemperan su carácter con amabilidad. Para alguien como Steve Jobs, quien la gente dice que no era terriblemente agradable, esas normas no se aplican. Hay una doble moral en funcionamiento. Aún así, creo que hay progresos. Hay muchas mujeres directivas que son brillantes, pero no se convierten en figuras icónicas. Para una mujer es más difícil porque la cultura no las acoge del mismo modo y porque las mujeres empresarias agresivas son castigadas. Un ejemplo es Hillary Clinton. Otra mujer muy poderosa es Michelle Obama, a quien han tenido que promocionar como la «madre en jefe» para rebajar la fortaleza de su figura.
— Usted reconoce abiertamente que es feminista, una palabra que se ha convertido en una especie de estigma.
— Creo que, en particular en la cultura americana, las mujeres han comenzado a sentirse incómodas hablando de ellas mismas
como feministas porque es percibido como poco femenino, como si fueran a ser condenadas al ostracismo social por ello. Mi posición es que eso, en sí, es una forma de sexismo. Que alguien se declare en contra de la actitud discriminatoria contra la mujer me parece que es una posición obvia.
— ¿Quiénes son las heroínas de Siri Hustvedt?
— Cuando era pequeña estaba muy interesada en el abolicionismo y leí la biografía para niños de Harriet Tumban. Ella era una ex esclava en el sur que ayudó a escapar hacia el norte a cientos de esclavos que se fugaban. Se convirtió en una de mis heroínas. Tuve muchas mientras crecí y ahora tengo a Margaret Cavendish, la filósofa y escritora inglesa del siglo XVII. Creo que es muy importante que las niñas tengan mujeres como puntos de referencia, alguien con quien se puedan comparar.
— Parece que cada vez es más difícil inculcar el arte de la lectura. ¿Será la próxima una generación peor formada?
— La lectura no es la única forma con la que podemos acceder al conocimiento, pero creo que la parte más importante de la lectura
es la experiencia, que lo que leemos pasa a engrosar nuestras vivencias, aunque no lo aprendamos con la experiencia directa. Ya sea filosofía, ciencia o literatura, al leer somos capaces de encontrar una consciencia en la página a la que no tendríamos acceso en una conversación o caminando por la calle. Por la sencilla razón de que quienes tuvieron esas ideas están muertos. ¿Cómo podría yo conocer a Kierkegaard y tener el diálogo que tengo con sus obras, aunque me vuelvan loca, si no fuera por sus libros? No puedo imaginar cómo sería mi vida sin todos estos encuentros que me han dado tantas experiencias tan vívidas.
—La suya es una familia muy creativa.
—Es muy divertido. ¡Es fantástico! Mi hija [Sophie Auster] escribe, compone, actúa. Son cosas de las que yo no sé casi nada y eso me llena de placer. Y con Paul [Auster], con quien he estado casada durante más de 30 años, es igual. Todo este tiempo hemos sido nuestros primeros lectores. Es un fenómeno interesante porque sus personajes y sus historias forman parte de mi vida de una manera muy profunda. Y lo mismo le sucede a él. Ayer mismo terminó de leer una parte de uno de mis libros y me dijo que esa no era la persona que él conocía. Y es verdad. Yo también lo siento con sus obras porque lo que sale de nosotros en los libros que escribimos
no es lo que conocemos de la otra persona. ¡Es sorprendente! Si no lo fuera no sería tan interesante. Es una aventura para los dos.