Este artículo apareció originalmente publicado en Rakontant el 21 de mayo de 2015.
Cuando Diego Salazar, profesor de la asignatura de Crónica y Reportaje del máster de Periodismo de ABC en 2009/2010, presentó su asignatura, nos adelantó que uno de los trabajos que íbamos a realizar era un reportaje de largo aliento, al estilo del New Yorker y con las mismas exigencias de calidad, estilo y verificación de la información que la ilustre revista neoyorkina.
Para hacer frente al encargo, Salazar nos sugirió que buscásemos en aquellos temas que podrían ser de interés general y que por nuestra historia o circunstancias conocíamos bien, asuntos para los que podíamos contar de partida con una nutrida lista de fuentes.
En mi caso, tardé un instante en decidir sobre qué escribir: sobre el fetichismo por las zapatillas deportivas, un tema que se había cruzado en mi camino un par de años atrás y que en ese tiempo había logrado mantenerse presente en mi mente a través de los comentarios y los mails que varios fetichistas de las zapatillas me enviaban.
Todo empezó en noviembre de 2007, cuando mi amigo Xavi volvía a casa tras haber estado de botellón en Ciudad Universitaria. Aquel día llevaba puestas unas Asics Whizzer que se cerraban con velcro, originalmente blancas con franjas azules y rojas. Eran las zapatillas con las que unos meses antes había recorrido Europa.
A la mugre acumulada durante meses sin pasar por la lavadora se había sumado el kalimotxo y la cerveza de horas de botellón. “Estaban asquerosas, todo lo contrario a apetecibles” nos explicó al día siguiente, cuando quedamos unos cuantos para ponernos al día. A pesar de la suciedad, las zapatillas —ahora rojas, marrones y negras— sí eran apetecibles para alguien.
“¿Puedo besarte las zapatillas?”, preguntó el conductor del Golf oscuro y muy nuevo que se había parado para pedir indicaciones. Xavi pensó que era una forma de hablar: lo típico que se dice como agradecimiento. Aunque esta vez dudó, porque siempre había escuchado “besarte los pies”. Las zapatillas eran un elemento nuevo en la ecuación.
El chico del coche iba bien vestido, con camisa; el pelo engominado y por su forma de hablar, daba la impresión de ser muy educado. Parecía recién salido del molde de la zona donde se encontraban: los suburbios del noroeste de Madrid.
Xavi no pensó que lo que le acababa de decir la voz al fondo del vehículo fuera literal. Le deseó suerte para llegar a su destino y comenzó a caminar. El chico del coche lo volvió a parar. “No, no, en serio, me has salvado la vida, déjame que te bese las zapatillas”, insistió.
Quizá por la influencia del alcohol, Xavi se dejó hacer. Se subió los pantalones, que llevaba bastante caídos, y levantó su pie derecho hasta apoyarlo en la base de la ventanilla del copiloto. Borracho, tuvo que agarrarse al interior del coche para mantener el equilibrio. De la sombra aparecieron unas manos que agarraron la zapatilla de la misma manera como se sujeta la cabeza del amante antes de besarlo con pasión. El chico se aproximó a ella y fundió sus labios con la piel sucia.
Había sido un beso, solo un beso, pero para Xavi había sido el beso más repulsivo que había visto o recibido. Por eso bajó la zapatilla y quiso alejarse lo más rápido posible. Pero rápidamente la voz del coche volvió a reclamar su atención. “Espera, espera, déjame que te bese la otra”. Xavi hizo caso omiso. Siguió caminando. Ruido de aceleración y una frenada brusca. El coche, ahora subido en la acera, le bloqueaba el paso.
“Tío, no me puedo ir sin besarte la otra zapatilla. Te parecerá raro, pero es que soy un poco fetichista de las zapatillas”. Mismo procedimiento: remangarse los pantalones, levantar la pierna, apoyar la zapatilla en el marco de la ventana. Diferente resultado: el chico del coche besó la zapatilla una vez, el chico del coche besó la zapatilla dos veces, el chico del coche lamió la zapatilla.
“¿Estará teniendo una erección?” fue lo primero que se le pasó por la cabeza. Asqueado, bajó el pie, ahora sí convencido de que no iba a volver a hacer caso al chico del coche. Bordeó el vehículo, cruzó la calle y comenzó a caminar en dirección contraria. A cada momento giraba la cabeza, desconfiado. Ruido de motor revolucionado. El coche había dado la vuelta y subía. Xavi se agazapó detrás de un coche estacionado. El Golf pasó de largo.
***
El salto a la red
Al día siguiente Xavi nos contó su historia entre risas y cervezas. Por entonces yo peleaba por mantener actualizado un blog, donde contaba historias, por lo general poco o nada interesantes. Mientras observaba a Xavi imitando cómo le habían besado las zapatillas, sentí el impulso de compartirlo con mis escasos, pero fieles lectores. Así lo hice.
El efecto de ese post fue inesperado. Los comentarios de fetichistas se agolpaban esperando ser aprobados. Mi criterio fue laxo, así que entraron todos: los que querían compartir sus filias o sus fobias, los que querían conocer otros fetichistas y dejaban sus direcciones de correo, o los más experimentados. Estos últimos adjuntaban enlaces a blogs especializados y a páginas de vídeos donde todas las perversiones compartían algo: los protagonistas solo vestían zapatillas deportivas.
También los hubo instructivos, como este de AirMaxKid:
Los comentaristas, hombres jóvenes, en su mayoría homosexuales, charlaban sobre excitarse con las zapatillas, correrse dentro de ellas, jugar con ellas, dormir con ellas. Intercambiarse las zapatillas sudadas con otro (“me pongo como una puta moto mientras me desato las mías y me calzo las del otro con ese calorcillo corporal que aún se nota en su interior…”). Pisar y ser pisado. Excitarse limpiando un par de zapatillas, cuanto más “curradas”, apestosas, sucias y húmedas, mejor.
Entre los comentarios eróticos o fantasiosos se colaron otros más perversos. “Usar” la zapatilla de un sobrino que es casi un bebé para tener placer, pisar un pilón de heces en el campo para luego restregarse las zapatillas por el cuerpo, excitarse con zapatillas llenas de semen aún caliente.
Reporterismo amateur
“Picatoste, ¿¡dónde te estás metiendo!?” fue la frase que más escuché el día que la investigación sobre el fetichismo por las deportivas comenzó a dar sus frutos.
Un par de días antes y con motivo del reportaje que debía preparar había enviado unas preguntas a todos los chicos que habían compartido sus direcciones en mi blog. Las respuestas comenzaban a llegar, algunas con sorpresa en su interior.
MNC había respondido sucintamente al correo. Un solo párrafo, tres veces “correrme”, dos veces “lefa” y una anécdota: cuando MNC era niño y jugaba a “Beso, verdad o atrevimiento” ya le gustaba mandar pruebas relacionadas con las zapatillas.
Un minuto después recibí otro correo del mismo destinatario. Esta vez contenía imágenes. Abro las fotos. Se me rompen los esquemas. Me ruborizo y golpeo con el codo a mi compañera de máster para que corrobore lo que creo que estoy viendo. Efectivamente, lo que a primera vista parecía ser una mano que sujetaba una zapatilla para tomar una foto, en realidad era un generoso pene metido en unas Puma blancas y rojas.
Lo que MNC me había enviado era una secuencia de cuatro imágenes. La primera: su pene erecto dentro de una zapatilla. La segunda: su glande en primer plano, la misma zapatilla en segundo. La tercera: su pene eyaculando sobre el par de zapatillas. La cuarta: él lamiendo el semen que goteaba de la misma zapatilla sobre la que se había corrido.
AirMaxKid también respondió. Él era el prototipo de fetichista aventurero: el explorador. Fue él quien me habló de clubes como Odarko, un local para hombres en Madrid donde por aquel entonces el último domingo de cada mes se celebraba una fiesta: la Trainers Party. “Acción garantizada” para todo el que acuda vestido con ropa deportiva y zapatillas rezaba la web del local.
Fue él también quien me envió un glosario de palabras relacionadas con el fetichismo de las deportivas que incluía términos como “trampling”, pisar al esclavo; o “stomping”, cuando el amo pisa comida y se la ofrece al esclavo para que la lama de su calzado. Sadomasoquismo (SM, como AirMaxKid lo escribe) en esta puro.

Imagen de una fiesta para fetichistas de las deportivas en el club alemán CK Studio – Foto por Gay Frankfurt 4 U
Las respuestas siguieron llegando durante unos días. Acumulé testimonios e historias, pero sabía más bien poco del fetichismo en sí. Entonces dejé la red y pasé a los libros.
***
Un fetichismo poco conocido
La Biblioteca de Psicología de la UCM fue mi gran aliado a la hora de resolver dudas sobre el fetichismo, sus orígenes y sus implicaciones. Fue el pensador francés Charles de Brosses el primero en hablar de fetichismo. Brosses popularizó el término “fetiche” en su obra “Del culto de los dioses fetiches” de 1760, que procede del término portugués “feitiço” y significa “magia” o “hechizo”. Recurrió a esta palabra para referirse a la relación entre grupos sociales y ciertos tótems fabricados a base de piedra, madera o tierra a los que el hombre primitivo atribuía características divinas.
Este fenómeno pasó poco después a ser denominado animismo o totemismo por parte de los antropólogos y etnólogos que no querían ver mezclado el origen de las religiones con la acepción que un médico austriaco estaba divulgando. Como habrán imaginado, ese austriaco fue Sigmund Freud. Suya es la culpa de que hoy asociemos la palabra “fetichismo” con algo puramente sexual.
En “Tres ensayos sobre teoría sexual” (1901-1905), Freud habló ya del fetichismo como una sustitución inapropiada del objeto sexual, donde el nuevo objeto fetiche no es válido para servir al fin sexual común. Freud utiliza “fetichismo” para referirse a este fenómeno porque según él el nuevo objeto sexual es comparable al fetiche en el que el salvaje encarna a su dios. Un dios del placer carnal.
Más de medio siglo después que Freud, Laplanche y Pontalis, dos psicoanalistas franceses revisores de las teorías del austriaco, enmarcaron el fetichismo entre lo que ellos denominan “perversiones”, entendidas como desviaciones del acto sexual “normal”. Según estos autores, existe perversión cuando el orgasmo se obtiene por medio de otros objetos sexuales, por medio de otras zonas sexuales, como el ano; o cuando el orgasmo se supedita a ciertas condiciones externas, como fetiches. Para los fetichistas de las deportivas, alcanzar el máximo placer sexual depende de ese par de zapatillas, ese objeto de deseo que siempre viene por duplicado.
Aún hoy no existe una definición unívoca de fetichismo, ya que la mayoría de descripciones llevan implícitas connotaciones negativas que hacen parecer a los fetichistas “freaks” de circo, criaturas que en vez de comprensión y empatía solo merecen ser observadas y señaladas. Jaime Stubrin, médico psicoanalista radicado en argentina, es una de esas voces que disienten. Stubrin cree que el término “perversión” conlleva una desaprobación moral que no concuerda con la ética psicoanalítica. Ni con los tiempos.
***
Las zapatillas, objeto de deseo
El fetichismo de las zapatillas es una variante del retifismo o fetichismo por el calzado en general. A la fabricación de calzado se dedicaban los responsables de que hoy existan las zapatillas de deporte. Tenemos que trasladarnos a otro lugar, el pequeño pueblo de Herzogenaurach; y a otra época: la Alemania de entreguerras, aproximadamente al año 1920. Fue entonces cuando los hermanos Adolf y Rudolf Dassler comenzaron a fabricar zapatos. Adolf, conocido como Adi, era un deportista incansable que fue adaptando el calzado que fabricaba a las necesidades de cada deporte.
En plena recesión de la economía alemana, los Dassler fundaron la Gebrüder Dassler Schuhfabrik. El negocio prosperaba. La notoriedad y el dinero comenzaban a llegar a los Dassler al tiempo que Hitler ascendía al poder. Ambos hermanos se unieron al partido Nazi y ambos participaron en la II Guerra Mundial, aunque con desigual resultado. Adi se quedó en la retaguardia fabricando botas. Rudolf fue al frente.
Al concluir la guerra Rudolf y Adi se habían distanciado. Rudolf dejó la empresa familiar, se trasladó al otro lado del río que separaba su pueblo natal y fundó Puma. Adi cambió el nombre de la compañía por Adidas, suma de Adi y el apócope de su apellido.
Inventado el producto solo hizo falta tiempo para que llegara la segunda revolución: el márketing. Fue Nike, empresa norteamericana fundada en Oregon por un entrenador de atletismo llamado Bill Bowerman la que se doctoró en esta materia.
Que hoy se vendan 55.000 millones de dólares en zapatillas al año es en buena parte responsabilidad suya. Fue Nike la empresa que se alió con los deportistas más carismáticos para promocionar sus zapatillas. Michael Jordan fue el primero. Los números de la “majestad de los aires” eran arrolladores en la pista y fuera de ella. El mismo jugador que anotó más de 3.000 puntos una temporada es el que hoy, más de una década después de su retirada definitiva, vendió en 2009 11 millones de zapatillas a 150 dólares el par. Desde entonces sus cifras de ventas no han parado de subir.
La alianza Jordan-Nike fue un revulsivo para el mercado. Las zapatillas dejaron de ser algo deportivo para convertirse en un elemento cultural y de status. Si no, que se lo digan a aquellos que esperan largas colas y pagan miles de dólares por un par de zapatillas que nunca se pondrán, sino que dejarán «on ice», es decir, en su caja original. O a esos chavales que han llegado a matar por hacerse con un par de esas codiciadas zapatillas.
En el documental “Sneaker Confidential”, el rapero MC Serch, quien hace poco puso a la venta su enorme colección de zapatillas, no tiene complejos y reconoce que saber que llevas un par de zapatillas que nadie más posee es “algo sensual, es como un orgasmo”.
***
Momentos que dejan huella
En “Regreso al futuro”, Marty McFly se calza unas zapatillas Nike blancas y grises que se ajustan solas, justo antes de subirse a su “hoverboard” o monopatín volador. A mí, de niña esa escena me causó una ilusión, una especie de impresión emocionante sobre lo que el futuro próximo traería consigo. A Sneaker Trail, uno de los fetichistas con los que conversé, esa escena también le causó una impresión, aunque de distinta índole: “¡Imagina tu pene ahí dentro y que lo apriete automáticamente la zapatilla!”, me escribió.
Sneaker Trail tenía 14 años cuando sus padres le regalaron un par de zapatillas Reebok falsas. Las ganas por estrenarlas le provocaron una erección. Se tocó por accidente los genitales. Le gustó. Siguió acariciándolos sin quitarse el pantalón. Corrió al baño, se bajó los pantalones y penetró una de las zapatillas con la intención de masturbarse. Desde entonces lo convirtió en una rutina. Hoy lo que más le pone es ver reunida su pequeña colección de zapatillas e ir penetrando algunas de ellas.
Las respuestas siguieron llegando y con ellas la de David. Su caso chocaba con el resto por la forma en que había comenzado su relación con las zapas. David participaba en varios chats donde otras personas le habían hablado de las zapatillas y su sexualidad. Él no les veía nada especial hasta que llegaron ellas: las Nike Shox.
El caso de David me sugirió una pregunta: ¿El fetichista nace o se hace?
Desde entonces, cada vez que veía un par se ponía “todo burro”. Lo que le mola eran sus muelles, que les dan un toque muy “macarra”, y le encanta vérselas puestas a “bakalas». El caso de David me sugirió una pregunta: ¿El fetichista nace o se hace?
Su caso me llevó a experimentar. Si él había encontrado su modelo fetiche, a lo mejor el mío estaba ahí fuera, esperándome. En la calle, en los bares, en el metro comencé a fijarme primero en las zapatillas antes que en las caras de la gente. Me detenía en los modelos, si eran modelos clásicos o muy modernos, en si las llevaban sucias o limpias o si las han habían personalizado. Intenté pensar en las zapatillas como algo sexual, pero no conseguí que ni un solo pelo de mi cuerpo se erizase. Las zapatillas de deporte no me ponían nada. Así que mi observación dio paso a un juego en el que yo miraba las zapatillas y trataba de adivinar quién podría ser un fetichista entre toda esa gente.
***
El fetichista infeliz
Otro de los fetichistas con los que intercambié varios correos era Lokovans, quien respondió a mi primer mail como tantos otros, pero fue el único que siguió respondiendo a todas mis preguntas, aunque fueran incómodas o muy personales. El resto de fetichistas no querían encontrarse conmigo, así que Lokovans se convirtió en mi única fuente de información.
En nuestros correos, Lokovans me relataba con detalle diferentes experiencias con zapatillas. En una de ellas, él llevaba puesto un pantalón de chándal que se estira fácilmente. Ha ido preparado por si algo llegase a suceder. Está sentado en una habitación amplia e iluminada por la luz del sol. Su silla está a un lado de un escritorio. Al otro lado de la mesa, su amigo. Entre ellos, solo la mesa y una pantalla de ordenador a la que su amigo presta atención.
Lokovans se deja llevar por el momento y le pregunta si le puede limpiar las zapatillas. No es la primera vez para ninguno de los dos. Lokovans lo hace desde adolescente. Es la estratagema que utiliza para tener contacto con las zapatillas que le gustan. Para los amigos de Lokovans es normal que él se ofrezca a limpiarles las zapatillas. Nadie sospecha.
Comienza el baile. Lokovans apoya las zapatillas sobre su entrepierna. Las zapatillas, en este caso unidas a una persona que no sabe que va a ayudar a alguien a alcanzar, hacen presión sobre sus genitales. El placer es supremo y desea que ese momento no acabe nunca.
Lokovans se baja los pantalones y tiembla. Su cuerpo está trémulo de placer y miedo, porque en cualquier momento su amigo puede mirar. La sensación de las zapatillas contra su piel es indescriptible. Lokovans tiene ganas de llevarse a la boca las zapatillas, meter su punta lo más adentro que su boca le permita y lamerlas. Lo hace.
La extraña elevación de la pierna llama la atención del amigo, quien se asoma y lo pilla in fraganti. “¿Qué también babeas mis zapas?”, preguntó sorprendido. “¡No! Solo le estoy sacando una manchita que no veía bien”, respondió con el temor brotando de cada poro de su cuerpo, pensando que el amigo podría haberlo visto con la zapatilla en la boca.
La primera vez que supe de Lokovans fue por un comentario que escribió en mi blog.
Lokovans tiene ahora 47 años. Desde que tiene memoria ha sentido atracción por las zapatillas y lo que éstas le hacían sentir. Con siete años ya le pedía a un amigo con el que jugaba en el jardín de su casa que le pisara el vientre, a lo que el otro niño accedía sin problemas.
Hoy trabaja en computación, vive en un barrio residencial en Buenos Aires, se molesta cuando alguien le pregunta que para cuando una novia y siente que está decepcionando a su madre por no ser como los demás hombres de su edad, felices con sus mujeres e hijos.
El mundo de la Psicología está de acuerdo en que el fetichismo sexual es inofensivo, siempre y cuando no provoque malestar a la persona que lo vive o a terceros. Si no, podríamos estar hablando de un trastorno patológico que necesitaría de tratamiento. El caso de Lokovans es de esos últimos. Fue una vez al psicólogo. Psicóloga en este caso. Jamás pudo hacer comentario alguno al respecto. Enrojecía solo de pensar en contarle lo que le pasa, lo que es.
Donde los demás fetichistas se volvieron pudorosos, él se abrió a contarme su “secreto tremendo”, lo que lo avergüenza diariamente y hace que piense que es un loco, un desgraciado y que está condenado a morir solo. Me contó eso que lo abochorna tanto que ha llegado a pensar en quitarse la vida.
Lokovans no ha recibido más ayuda que la de su primo, 17 años menor que él. Comparten filia y experiencias, pero Lokovans cree que su primo es más feliz. El único contacto sexual que Lokovans ha tenido ha sido con él. En una ocasión, el joven comenzó a masturbarlo sin haberle preguntado. Sintió vergüenza. Terminó y a continuación su primo se masturbó también. Cuando acabó, se fueron y nunca volvieron a hablar del tema.
Donde los demás fetichistas se volvieron pudorosos, él se abrió a contarme su historia, su “secreto tremendo”, lo que nadie salvo él, su primo y yo sabemos, lo que lo avergüenza diariamente y hace que piense que es un loco, un desgraciado y que está condenado a morir solo. Me contó eso que lo abochorna tanto que ha llegado a pensar en quitarse la vida. “Me hace bien contarle esto a alguien que no me conoce ni sabe nada de mí”.
Solo por esa frase, por saber que has logrado ayudar a alguien, hizo que el tiempo invertido en investigar sobre fetichismo valiera la pena. Ahora, casi 5 años más tarde, sigo interesada en investigar y dar visibilidad a todo tipo de fetichismos, a esas personas que creen que son “rarae aves” y que deben ocultar facetas de su personalidad para encajar en la sociedad.
Como contrapunto, debo mencionar que también me he convertido en una especie de experta en esta variedad de fetichismo entre mis amigos y conocidos. Aunque en realidad solo haya empezado a aprender sobre el asunto, todo el que quiere un enlace, una referencia o simplemente hacerse el interesante en una conversación en la oficina o en una fiesta, me pregunta. No son pocos los que escuchan hablar por primera vez de fetichismo por las zapatillas deportivas de mi boca. Espero ser capaz de transmitirles la tolerancia y respeto con la que he hablado con mis confidentes fetichistas.